Un enfermo que pasó por una grave operación cardiaca contó: –Parecía estar bien de salud. Exteriormente todo iba bien, pero sin que lo supiera, estaba aquejado de una grave enfermedad, un aneurisma.
En lo concerniente a nuestra salud, nuestra apariencia puede engañarnos y hacernos peligrar. Esto también es cierto en la esfera espiritual y moral, pero tiene consecuencias mucho más graves. A los que nos rodean podemos parecerles una persona respetable, podemos gozar de buena reputación y tener una excelente opinión de nosotros mismos.
Sin embargo Dios no nos juzga según nuestra propia opinión o la de la gente que nos conoce. Sondea nuestro corazón y lo declara incurable a causa del pecado. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón” (Jeremías 17:9-10).
¿No hay, pues, ninguna esperanza de cura para el gran mal del pecado? Demos gracias a Dios: el que nos declara incurables también nos dice: “Venid luego… si vuestros pecados fueren… rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
Aceptemos el remedio prescrito por el divino médico: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
Sólo Jesús salva al pecador mediante su obra cumplida en la cruz: “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12).
“El Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo” (2 Tesalonicenses 3:5).
El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón. 1 Samuel 16:7.
by: MIguel Matos
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