Es increíble escuchar a este hombre decir: “No sé de qué me
estás hablando”, “No lo conozco”, “No sé lo que dices”, y no basto decirlo una
vez, dos veces, lo repitió por tercera vez.
Cuando lo reconocieron que era uno de los seguidores de
Jesús, se enojo y aseguró que no lo conocía. ¿No era uno de sus amigos? ¿No
había andado predicando la Palabra de Dios”; ¿No había sido testigo de los
milagros que hizo Jesús?. Había visto como Jesús daba el habla al mudo, la
vista al ciego, liberado a los endemoniados, resucitado a los muertos, ¿No
recordaba que su “Maestro” decía: “Bienaventurados los de limpio corazón porque
ellos verán a Dios”?
Su “amigo” habló del perdón de pecados, de la paz, del río
de agua viva, de la vida eterna, sin embargo lo estaba negando, “No lo conozco”
“No sé quien es Jesús”.
Muchas veces en nuestra vida nos identificamos con Pedro,
con nuestras actitudes, acciones, estamos negando a Jesús. ¿Cuántas veces hemos
tendido la mano a nuestro hermano caído o vemos al hambriento y no lo
alimentamos, al sediento y no le damos de beber? ¿Cuántas veces dejamos que
nuestros malos pensamientos dominen nuestro corazón, o no perdonamos al que nos
ofende? Todo esto trae tristeza a nuestra alma.
El amor de Dios es tan grande que estuvo dispuesto a morir
en la cruz por nuestros pecados, acerquémonos a Dios y restauremos nuestras
faltas, así como los ojos de Jesús posaron sobre Pedro cuando lo estaba
negando, también a nosotros, sus hijos, nos mira con compasión. ¡Busquemos a
Dios de todo corazón y hallaremos gracia ante los ojos de Él!
Por: Miguel Matos
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