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Dios nos transmite en Cristo su amor como nuestro Padre eterno

El hombre y la mujer, son las personas que Dios creó para fructificar y como un hermoso jardín produzcan en el vientre de la madre, la criatura que recibirá de ellos el afecto emocionar del amor y cariño de sus padres. Son como una planta que necesitan el sustento de los derivados de los frutos, las hortalizas, las viandas y demás especies de alimentos que nutren con fortaleza de energía con sus diversas vitaminas para la salud y buen funcionamiento anatómico del cuerpo humano. Desde el vientre de la madre, la criatura necesita del afecto, el cariño y el amor para un correcto funcionamiento del desarrollo emocional. La familia es mucho más que un lugar físico o un ADN. Es la esencia de amor, unidad y crecimiento de padres, hermanos, hijos y parientes que se aman y luchan, por que todos puedan tener éxitos en sus vidas y en cada sueño que se van forjando. Hoy en día se va perdiendo la sociabilidad de l
as familias, por las individualidades en que se van sumergiendo por causas de la tecnología, en que cada uno se aísla conectándose con su propio mundo cibernético y la acelerada carrera impuesta por el mundo actual. Hoy se ha perdido el estar juntos en las horas de comidas y el diálogo ameno; en donde las grandes y positivas ideas con proyectos de familia se gestaban. Creo que aún estamos a tiempo para recuperar esas acciones, para que la familias vuelvan a sentir lo que es realmente tener y vivir en familia, y eso solamente lo puede hacer Dios, cuando ponemos nuestra confianza en Él. De igual modo, el sustento de la vida espiritual que deriva de la comunión y relación con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, producen los santos frutos a del amor de nuestro Señor Jesucristo entre nosotros sus hijos, siervos y amigos, para que el estado de eternidad que habita en nosotros produzca el universo de la gracia salvadora y redentora, como una extensión del Reino de Dios. El reino de Dios tiene estructurado las leyes espirituales que le dan vida a su creación, para que la misma produzca alabanzas en adoración a la naturaleza del Reino en nuestras vidas. El árbol de la madera con que se hizo la cruz para el sacrificio de Cristo por nosotros, nos enseña que el Hijo de Dios fue colgado en un leño, por amor a la humanidad, para que disfrutara de la paz de Dios. En el altar de nuestros corazones debemos y tenemos que buscar las leñas del amor para sacrificar el cabrito del egocentrismo, a fin de que las alabanzas suban a la presencia del Señor como perfume de olor fragante y con el culto de la ofrenda y la oración. La vida cristiana hoy más que nunca necesita salir al balcón del edificio espiritual en el que el Señor le ha colocado por testimonio y propósitos, y contemplar desde allí, la hermosura de la santidad y levantar una serenata perpetua de alabanza y adoración a nuestro Rey.

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